
Me senté sobre las piedras, sola y tranquila. Y no me refiero al hecho de no tener a gente alrededor molestando, sino a esa tranquilidad interior que te hace sentir como con nubes por dentro.
Me senté a observar y a escuchar. Siempre me ha gustado hacer atención plena en lugares especiales y guardarlos en un tarrito en la memoria para cuando me falten las fuerzas. Como esas cartas que se mandan con la frase ‘ábrela cuando...’
Respiré y pensé en lo afortunada que era de poder estar justo ahí, en ese instante y en ese lugar. Esos minutos de oro que la vida me estaba regalando exclusivamente a mi.
Recordé a la Nerea de hace un año que no era capaz de ver la luz ni siquiera ante estos paisajes tan brillantes y sonreí al pensar en cuanto me había cambiado el alma. Prometí que jamas volvería a no disfrutar del verano, jamás dejaría pasar oportunidades que me hicieran sentir bien. Y estaba ahí. Frente al mar de colores, pensando en mi familia, en mis amigos y en mi. Y fui eternamente feliz. Os lo prometo.

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